Al planear mi viaje al sudeste asiático, no dudé en incorporar la ciudad de Hanoi en mi itinerario. Sentí curiosidad por recorrer las calles de la actual capital vietnamita, que había resistido invasiones, guerras y la influencia de distintas culturas a lo largo de su historia, y que aún conserva un poco de ello en sus calles. Me atrapó cada historia acerca de la calidez de su gente, sus bulliciosas calles colmadas de motocicletas y su animada vida social.
Mi primer contacto con la vibrante Hanoi fue sin anestesia. La primera impresión impacta, al poner un pié en sus calles, te invade el bullicio, los aromas, la infinidad de motocicletas cargadas con todo tipo de cosas, desde animales hasta electrodomésticos.
Decidí hospedarme en el Old Quarter, su barrio más antiguo y tradicional, con excelente ubicación y precios accesibles. A pesar de ser muy turístico, conserva el verdadero espíritu de Hanoi, donde se funde la cultura oriental tradicional con el estilo colonial de sus construcciones, testigos de la ocupación francesa del siglo XIX. Su particular ambiente es una atracción por sí misma, por lo que recorrerlo a pie es la mejor opción para no perderse ningún rincón.
Es el corazón gastronómico de la ciudad, donde podremos disfrutar de una sopa caliente a toda hora y de los sabores tradicionales de la cocina local.
Comencé dando un paseo corto para conocer los alrededores mientras alistaban mi habitación. Mi ansia por absorber todo lo que pudiera de este cautivarte caos, no podía esperar. Muy amablemente el personal del hotel me brindó un mapa con las referencias, ya que según ellos era muy probable que me costara regresar. Pensé, ¿qué tan difícil podría ser dar una vuelta manzana y regresar? Caminé entre vendedores ambulantes que parecían transportados de otro tiempo, mares de motocicletas que rosaban mi ropa y mujeres que cargaban en sus hombros kilos de frutas exóticas. Luego de unas cuadras comprendí que, en Hanoi, la vereda es una extensión de los angostos locales, que suelen estar al frente de la casa familiar. Es muy común ver a los comerciantes cortando la carne o lavando las verduras al borde de la calle. Las veredas se encuentran colmadas de diminutos bancos donde los locales suelen disfrutar la comida callejera que se vende al paso. A esta altura había entendido que la única opción era caminar por la calle esquivando las motocicletas. A falta de semáforos, algo tan sencillo como cruzar la calle, se trasforma en una actividad de riesgo. Como buen principiante, permanecí varios minutos parada sin tomar coraje para cruzar al otro lado, hasta ver cruzar una señora con un cochecito de bebé tranquilamente sin mirar, mientras el aluvión de motos la esquivaba sin aminorar la marcha. ¡Había aprendido la técnica! Simplemente debía cruzar, solo era cuestión de confiar en los motociclistas. El ritmo vertiginoso de Hanoi, me había hecho perder la noción del tiempo, era hora de volver al hotel. Sólo debía hacer el camino inverso. Tarea bastante complicada, porque las calles en la zona son serpenteantes y con escasa señalización. Sabía que estaba cerca pero no lograba dar con el camino adecuado. ¡La recepcionista del hotel tenía razón! Las calles cambian de nombre según su altura, y su trazado es intrincado, por lo que desorientarse es muy fácil. Mi dificultad para regresar me hizo experimentar la calidez y amabilidad de su gente, quienes a pesar de las barreras idiomáticas y culturales no dudaron en brindarme su ayuda para regresar al hotel.
Luego de instalarme, decidí continuar mi recorrido visitando el lago Hoan Kiem, que se encuentra rodeado de un bello espacio verde, lugar de reunión de locales y turistas. Quedé asombrada por la prolijidad de los magníficos trabajos de jardinería. La tranquilidad que se siente al recorrerlo me hizo olvidar que estaba en el corazón de una de las capitales más caóticas y bulliciosas de Asia. En el centro del lago, pude apreciar la famosa Torre de la Tortuga, uno de los íconos de la ciudad rodeado de leyendas y míticas historias. Seguí mi recorrido adentrándome en el lago, para visitar el templo Montaña de Jade. Se accede cruzando el tradicional puente rojo de madera llamado Sol Naciente, que es una de las postales más retratadas por los viajeros.
Es una de las visitas obligadas, no solo por ser uno de los templos más sagrados y tradicionales del Old Quarter, sino que además es un verdadero oasis de tranquilidad.
En mi lista de imprescindibles, seguía la visita a la ex Prisión Hoa Lo, pieza importante de la historia de la ciudad que permite a los viajeros experimentar la mezcla de sensaciones que despierta en los vietnamitas. El actual museo, fue utilizado para encerrar a aquellos detractores del régimen francés durante la época colonial y luego, en la guerra con EEUU, fue utilizada para alojar a los soldados norteamericanos tomados como rehenes.
Antes del atardecer, visité la Catedral de San José, conocida como la Notre Dame de Hanoi, por su parecido arquitectónico con la catedral Parisina, otro claro testigo de la influencia francesa que conserva la ciudad.
Al caer la noche, el Lago Hoam Kiem se llenó de luces y vendedores de globos, los locales tomaban clases de baile y taichi, mientras que los niños jugaban y pedían fotos a los turistas occidentales. Yo tenía otra idea, quería visitar el famoso Beer Corner del que tanto había oído.
Es una visita obligada para los amantes de la cerveza. Una esquina en el corazón del Old Quarter, que reúne los locales de cerveza en barril más famosos de Hanoi. No parece haber división entre un bar y el otro, simplemente se puede ver en medio de la calle diminutos asientos de plástico, y un mar de gente que parece abstraerse de la vorágine que la rodea.
Me fui de Hanoi con ganas de mucho más. Muchos viajeros eligen esta ciudad como base para conocer la Bahía de Ha Long, patrimonio de la humanidad y maravilla de la naturaleza. Pero es mucho más que eso, es una ciudad que merece ser caminada. Entendí que es de esas ciudades únicas, con mucho carácter, de las que despiertan amores u odios y guardan historias en cada rincón. Entendí que la sensación de caos inicial era errónea. Al final del día pude darme cuenta de que la ciudad tiene su ritmo, su lógica, sus reglas, solo que eran diferentes a las mías.
Relato de Viaje redactado para Diario la Nación:
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